Retorna Calle Esperanza tras la pandemia
El pasado sábado 2 de julio, se retomó el proyecto Calle Esperanza, de ARCORES Costa Rica y el CEAR (Centro de Espiritualidad Agustino Recoleta) del país tico, en San José. Este programa había estado paralizado durante un tiempo por la pandemia. La noche era lluviosa, y se preveía una tormenta tropical. Pero eso no fue impedimento para que 20 voluntarios salieran al encuentro de personas que están en situación de calle.
“El encuentro estuvo centrado en una escucha activa que dignificara al habitante de calle. Se les compartió una comida caliente, pero el objetivo central era que se sintieran amados y reconocidos como seres humanos con respeto y dignidad”, explica María Eugenia Trujillo, coordinadora de ARCORES Costa Rica.
Plato de comida necesario
“El regresar a las calles, después de la pandemia, me llenó de alegría, porque podía volver a llevarles ese plato de comida que tantos necesitan. Una de las personas me reconoció que, desde que empezó el covid, no han vuelto a recibir alimento con la misma frecuencia que antes”, explica Carmen Frías, voluntaria del proyecto.
“Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia que todo cristiano desea hacer realidad en el prójimo. Sin embargo, en Calle Esperanza esta obra no estaría completa si no ofreciéramos a nuestros hermanos en condición de calle la oportunidad de sentirse seres humanos con dignidad y ver en cada uno de ellos el rostro de Jesús”, relata Frías. Ella lleva en Calle Esperanza desde su inicio, en 2018, y reconoce que lo que le ha mantenido en él “es el agradecimiento hacia Dios por darme la oportunidad de aportar un granito de arena al bienestar de estas personas”.
“Lo que para algunos es poca cosa, para ellos es mucho. Ofrecerles el plato de comida junto con un rato de compañía no tiene precio para ellos. Aunque lo que ellos no saben es que, en cada salida a visitarles, los que más recibimos somos nosotros”, recalca Carmen.
Feliz a pesar del frío y la lluvia
En esta primera salida tras la pandemia, le marcó una madre migrante con su hijo de cuatro año. El pequeño “no cesaba de repetir que había cruzado una montaña. En su inocencia, no entendía el peligro que esto representa, y el valor de su madre por ofrecerle un mejor futuro. A pesar del hambre y el frío, y mojado por la lluvia que azotaba San José esa noche, él todavía podía sonreír”.
Ella misma nos relata otro de los momentos más especiales que ha vivido en Calle Esperanza, este antes de este parón: “En una ocasión tuve la oportunidad de abrazar a un joven que extrañaba a su madre. Yo le dije que yo también soy madre, y que el abrazo que le daba era un abrazo de mamá”. Pero también le marcaron otros dos momentos: ver a una persona tiritando de frío envuelta en un plástico y “conmoverme por la solidaridad que existe entre ellos ante un compañero enfermo”.
“Mis miedos me paralizaban”
Mientras que Carmen Frías es ya una experta en Calle Esperanza, Daniela Miranda es una recién llegada. “Desde hace muchos meses, tenía la inquietud de realizar un servicio en este proyecto. Sin embargo, mis miedos me paralizaban. Sentía angustia de que yo les pudiera transmitir a los habitantes de calle. La noche del sábado accedí al llamado. Fue una experiencia muy hermosa, pude superar mis miedos y compartir con tantas personas que me ayudaron a valorar todas las bendiciones que tengo. Quiero continuar con este servicio, quiero seguir aprendiendo de ellos y brindar toda la ayuda que esté en mis manos”, explica Daniela.
Alejandra Vargas también considera que fue una “vivencia espectacular”. “Inmediatamente, tras agradecernos el alimento que llevábamos para ellos, las personas de calle comenzaron a compartir sus vivencias”. Resalta especialmente la historia de Marco: Tiene 35 años y es bachiller en logística. Es hijo único, y a su madre le diagnosticaron una enfermedad degenerativa. Él cuenta orgulloso que dejó de trabajar para cuidarla. En menos de un año, ella falleció, y Marco cayó en el consumo de drogas. Desde hace tras meses, se encuentra en la calle. “Al regreso de la visita, simplemente nos embarga un sentimiento de gratitud para con ellos, ya que recibimos más de lo que damos”, apunta Alejandra.