Por Fernando Martín OAR, ARCORES España
“-¡Mirad, familia, me acaban de mandar unas fotos de Guamote [Ecuador]! Son de las comunidades y de las personas con las que vamos a estar.
– A ver, mamá.
-Yo también las quiero ver. Quiero ver dónde va a ir la abu.
-Tranquila, Olimpia, ahora te las enseñamos.
-Aquí están. Mira los paisajes, las casitas, las personas…
-Abu, y ¿por qué ese niño no tiene zapatos?
-¿Cuál, mi niña? Es verdad. No sé. Los mayores tienen, pero él no.
-Abu, por favor, cuando vayas allá le compras unos zapatos.
-Mi vida, ten la seguridad de que buscaré al niño y le compraré unos zapatitos. Pero, ¿quién los va a pagar? ¿Los vas a pagar tú?
-Sí, abu, cuando vuelvas me dices lo que te han costado y yo te los pago de mi hucha.
-¡Es increíble qué sentimientos tiene tu hija con 6 años!”.
Conversación real
Esta conversación es tan real como la vida misma. Real como la grandeza o la miseria, la maldad o la bondad, la solidaridad o la indiferencia que podemos desarrollar las personas a lo largo de nuestra vida.
Unas actitudes que se pueden transmitir, aprender o perder según las experiencias personales de vida. La vida es real, unas veces es dura y compleja; otras sencilla y feliz.
Limpiando zapatos sin ellos
Compleja como la vida de ese otro niño que vio la abuela Julia (voluntaria de ARCORES España) al llegar a Quito. Estaba agachadito, limpiando y lustrando los zapatos de un hombre de mirada altiva, dura e indiferente.
Un niño que tenía que luchar y trabajar para ayudar a su familia en el sustento diario mientras, alguien sin entrañas leía el periódico y no era capaz de ponerse en sus zapatos.
Sencilla como el final de la historia de los zapatitos. Una abuela emocionada que comparte esta historia con todos para localizar al niño.
Una abuela que encuentra fácil colaboración para que pueda realizar el deseo de su nieta.
Una abuela que se lleva una sorpresa cuando descubre que el niño era una niña. Tenía tan abrigadita la cabeza que no se distinguía.
Encuentro con la madre
Llegó el día. Se hizo esperar más de dos semanas. Por fin, la madre, una joven adolescente, apareció en el taller de cocina y en el de formación sobre la violencia intrafamiliar.
Ahí estaban las dos. Inseparables. La mamita cargaba en sus espaldas a la pequeña. Casi tres añitos juntas. Ninguna se imaginaba la sorpresa. Una foto insignificante las hacía protagonistas de esta historia.
Sorpresa a la pequeña
Fue después del almuerzo. Ya tenían servido el arroz relleno, la maicena y los huesitos. Estaban sentadas en el patio cuando se acercó la hermana Irma y María Lorenza junto con la abuela a darles la sorpresa. Muy agradecidas acordaron que, al terminar, irían a comprar los zapatitos.
A paso lento subieron por las calles de Guamote hasta la tiendita de Sarita. No hubo muchas dudas. La pequeña quería unos zapatitos. Las zapatillas deportivas de colores no le gustaban. Unos zapatitos negros eran su ilusión. Pequeña, sencilla, pero con gusto y mucha dignidad.
Se cumple el sueño
La abuela, de mil amores, compró los zapatitos junto con un pequeño cochecito verde para que jugara con sus primos en su comunidad.
Sin más, y con un fuerte abrazo, se despidieron en la calle. Unas, camino de su casita. Posiblemente a volver a descalzarse. No como expresión de pobreza sino como vivencia indígena de recordar sus raíces, de estar en contacto con la tierra y de ser conscientes de la realidad humana.
Amor al prójimo
La abuela, rumbo a otra tarea. Otra tarea que le recuerde la fraternidad universal, que le lleve a vivir el amor universal a cualquier persona.
Otra tarea que demuestre la grandeza de las personas, mientras espera su vuelta a España. Una vuelta en la que llevará una maleta cargada de recuerdos y experiencias que contar en primera persona a su nieta.
Una vuelta que supondrá un reencuentro lleno de cariño con su nieta, donde lo que menos importará será el valor de los zapatos y lo que más la lección de vida compartida que mutuamente se han dado la abu y Olimpia.