El voluntariado en el Centro de Acompañamiento y Recuperación de Desarrollo Integral CARDI es muy gratificante. No se compensa económicamente, pero tiene un premio mayor: la sonrisa de agradecimiento de los pacientes. Coinciden en ello todas las personas que dedican su tiempo a esta labor altruista. Oscar Ceballos es terapeuta y voluntario de CARDI, su función es acompañar y asistir a personas enfermas y a sus familiares con diferentes necesidades.
Soy Oscar Ceballos y participo en CARDI desde hace 10 años como terapeuta y como voluntario yendo al hospital a dar pan y café. Llegué por coincidencia, en ese entonces estaba a cargo un Fraile muy activo, Fray Rafael Castillo. Así dónde antes estaba CARDI.
Con una frase me movió: “Necesito tus manos”. Soy creyente pero también reconozco que cuestiono mucho y puedo parecer creído. Entonces mi respuesta no fue la de presentarme inmediatamente en CARDI, sino que la dejé en el baúl. Aún así, Dios es muy persistente y me quedó la ‘cosquillita’ de venir y saber que era en realidad.
Empecé en el dispensario rompiendo medicamentos, en los servicios acompañando a la gente a las duchas y a servir en general en lo que hiciera falta. Incluso si había que tomar el trapeador lo hacía, pero quien me conoce de toda la vida jamás me hubiera pensado haciendo todo lo que hago ahora, pues ni en casa lo hago.
Estar aquí me ha llegado a mover todo. Entendí que, si bien tenemos una vida espiritual, no la tienes por completo hasta que tienes contacto con lo humano y te llegan las corrientes. Es decir, la oración que hacen en la parroquia de Hospitales y en otros lugares. Se nota porque le va bien a CARDI y el trabajo que vamos realizando. Me bajaron de mi nube y me han dado muchas cosas: gente positiva que te hace cambiar la perspectiva de la vida, dejar a un lado el ego que a veces en el área clínica se da mucho entre grandes profesionales y reconocerte que eres sólo un conducto dónde la luz pasa a través de ti.
En algún momento también he pasado por crisis dentro de CARDI, pero sigo aquí. Cuando terminé mi formación en el diplomado de Voluntariado pedí colaborar y pude compartir trabajo con el equipo que coordinaba las actividades, proponiendo actividades culturales para los voluntarios y que hubiera una especie de comunidad.
Entendí la mano de Dios compartiendo en una de las peregrinaciones que empezamos hacer a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe con los enfermos. Allí se acercó un chico que yo acompañaba y en ese momento me encontraba sólo coordinando las filas para que no nos perdiéramos en el camino. Tuve que acudir a él para que cuidara del grupo. Estuvo tan agradecido conmigo por esa acción de confiar en él.
Poco a poco me empecé a involucrar también en el Hospital Infantil acompañando al sufriente. Ahora como lo vivo, sigo haciendo lo que me convence, lo que creo que es parte de mi función en esta etapa: dando clases y lo disfruto aún con mis límites, porque soy muy disperso. Pero en todo comparto una experiencia de sentido de vida y pido permiso a ese Dios, que no creía me fuera a dar este regalo tan grande. Encontrarme con una oportunidad de movimiento como la de San Agustín: un encuentro mío con CARDI y CARDI conmigo.