René González, ARCORES Brasil
Apego al móvil
El otro día, estaba sentado en el banco de una iglesia buscando un poco de intimidad con Dios y de paz. Es realmente difícil desconectar del ruido constante, las distracciones y preocupaciones de cada día. Pero todavía es más difícil desconectar de mi teléfono de 6,7 pulgadas que compré con suficiente memoria y pantalla para colocar mis libros, fotos, contactos y aplicaciones que me ayudan en la comunicación con otras personas y en mis actividades de cada día, así como con mis aficiones. No hace mucho tiempo que me robaron el teléfono cuando subía al autobús en la gran ciudad de Río de Janeiro. ¿Por qué cuento esto? Porque me dolió perder muchas de las cosas que tenía en el teléfono y a las que estaba apegado.
Volviendo al tema del banco de la iglesia, se sentaron a mi lado dos personas de edades muy diferentes. Ambas tenían sus teléfonos entre sus manos. Curiosamente, pensé que estarían rezando o leyendo las lecturas de la liturgia. En verdad, una de ellas estaba realmente haciendo sus oraciones en cuanto que la otra escribía mensajes de WhatsApp. Fue curioso observar cómo esta última persona consiguió recibir varios mensajes inicialmente sin responder, pero dos minutos más tarde, miró de nuevo el teléfono y comenzó a escribir. En ese momento, me cuestioné a mí mismo qué estaba haciendo yo. Me dejé llevar por mi curiosidad de lo que hacen los otros.
Es increíble cómo la tecnología configura nuestros comportamientos y actitudes. A veces, olvidamos que las empresas de comunicación usan algoritmos para captar nuestra atención y saber lo que nos gusta e interesa. Y todo eso nos lo ponen al alcance de la mano de manera fácil e inmediata. De hecho, cada vez se ve a más personas con tablets y móviles en el autobús, metro, las calles o los restaurantes.
En la caverna de Platón
Durante la pandemia, la tecnología nos ayudó a desarrollar nuestros trabajos, pero también a tener menos tiempo para lo que es importante. ¿Qué es lo importante? Siempre estamos ocupados y no sabemos estar sin hacer nada.
Se podría decir que muchas personas estamos enganchados a nuestras pantallas y vivimos como en una “cueva de Platón” moderna, mirando las sombras y representaciones distorsionadas de la realidad. Sin duda que la tecnología puede ser un amigo o un demonio. Puede ser utilizada para potenciar la acción social, pero también puede ser utilizada como un instrumento de explotación, vigilancia y represión.
Todas estas preocupaciones del primer mundo, por decirlo así, ya están llegando al tercer mundo. Recuerdo mis tiempos en África, cómo era una autentica lucha y conquista encontrar una señal de teléfono en lo alto de una colina o en la rama de un árbol. En aquel tiempo, se usaban los teléfonos solo para escuchar música y para hacer fotos, dependiendo del teléfono. Espero que en aquellos países sean más cuidadosos en sus deseos y sean capaces de aprender de los fracasos como de los éxitos del primer mundo.
Conexiones humanas
Desde ARCORES, invitamos a utilizar la tecnología y la conectividad de manera más responsable, inteligente y sostenible, construyendo conexiones que nos humanicen y nos aproximen a Dios.
Tal vez muchos de nosotros tengamos más contacto con nuestros seguidores de Twitter, Facebook o Instagram que con nuestros propios vecinos. Somos libres para escoger cómo usar la tecnología, de la forma que queremos y con quién queremos, pero no deberíamos perder el contacto físico del abrazo, de la mano en el hombro o el mirar cariñoso de una bonita amistad.
En tiempos difíciles, es probable que dependamos más de nuestro vecino “olvidado” que de nuestro seguidor de redes sociales. Somos libres, pero no fijemos nuestra mirada y nuestra atención apenas en el móvil o en la persona que está del otro lado, sino también en quien está a nuestro lado.