Por René González, ARCORES Brasil
Todos los días tomo el metro y el autobús para regresar a casa en la grande ciudad de Río de Janeiro, Brasil. Para la mayoría de las personas que usamos el transporte público, esos viajes se convierten en un auténtico desafío. Nunca sabes calcular cuando llegarás a casa. Muchas veces, casi viajamos unos encima de otros, sudando de calor. Nunca sabes si el autobús se va averiar o tendrás que bajarte en medio del trayecto y cambiar de autocar.
Precisamente, el otro día sucedió que el autobús se averió en medio del trayecto, y el conductor, delicadamente, nos indicó que nos bajásemos y esperásemos otro. En el mismo lugar que el vehículo quedó averiado, había habido un accidente una hora antes, y un grupo de bomberos estaba terminando de limpiar la sangre y los restos del accidente. Muchos pasajeros observábamos con curiosidad la escena, mientras llegaba el nuevo autobús. Otros estaban viendo el teléfono móvil, pasando el tiempo o enviando mensajes. De repente, sin esperarlo, se me acercó un bombero sudando, y con la tristeza marcada en sus ojos me dijo: “Hay días terribles en nuestras vidas, pero la vida es así”.
“Día terrible” del bombero
Esas palabras me llegaron al alma, y era como si hubiese un flashback en mi vida. Me acordé de las veces que tuve que recoger personas accidentadas o cadáveres en el tiempo que pasé en África. Los accidentes eran algo muy común. El bombero comenzó a contarme y describir lo que había sucedido, y cómo fue su día. Realmente fue un “día terrible”. No conseguí decirle algunas palabras de aliento y de consuelo. Solo pude escucharle. Dentro de mí, quería darle un abrazo, pero me frenaba mi timidez y no me atreví. En ese momento, llegó mi autobús, y me despedí deseándole que “mañana” fuese un día mejor.
Te cuento eso porque, cuando subí al autocar, me pasé todo el viaje pensando que debería haber dado ese abrazo al bombero. ¿Por qué no lo hice? Por timidez, vergüenza, desconocimiento y mis propias limitaciones humanas. En realidad, ese encuentro con el bombero me llevó a cuestionarme otras áreas de mi vida con respecto a mis actitudes y mi manera de vivir el dolor, y cómo ser cercano a las personas que caminan a mi lado.
Cuando regresé a casa, dio la coincidencia que la noticia principal en la televisión era el accidente ocurrido en la Avenida de las Américas. Esta vez, no fue una noticia más, si no que podía colocar rostro y sentimientos a lo que experimenté en aquel encuentro con el bombero. Hay “días terribles” en nuestras vidas, pero eso nos obliga a renacer cada día con esperanza y ser conscientes de que nuestras actitudes, emociones y abrazos tienen un impacto en las personas que están a nuestro alrededor.
“Sea dulce su abrazo e inseparable la amistad” (San Agustín, sermón 357)