Imagina que sales a la calle, paras a la primera persona que te encuentras y le preguntas: “¿Crees que Dios existe?” Seguramente, la respuesta será que no. Si prosigues con tu camino y planteas a las personas con las que te encuentras preguntas relacionadas con la existencia de Dios lo más probable es que, la mayoría, respondan con un no rotundo. Tal vez algunos muestren dudas y no se atrevan a negarlo del todo ni afirmarlo, pero pocos serán los que de su boca pronuncien las palabras “sí, creo en Dios”.
Ahora cierra los ojos e imagina que emprendes un viaje. Un viaje que te lleva a un lugar desconocido. Un lugar donde existen los relojes pero no el tiempo. Un lugar donde no hay nada pero, si prestas un poco de atención, hay de todo. Un lugar donde si te paras, observas, respiras y escuchas, la presencia de Dios se hace visible. Así es la vida en Casian.
Casian es una pequeña isla ubicada en Palawan, Filipinas. Una isla en la que hemos vivido durante 20 días una de esas experiencias que no dejan indiferente a nadie, desde el minuto uno cuando abandonas el barco y pisas la arena, hasta el final, cuando te alejas navegando y miras hacia atrás para ver cómo todas esas manos se despiden de ti acompañadas de gritos que saben a despedida, que saben a amor, que saben a Dios.
Sinceramente, es imposible describir con palabras todo lo vivido allí. En serio lo digo… la única manera de comprender todo lo que en nuestros corazones se mueven ahora, es viviendo esta aventura. Ojalá pudierais ver esos ojos, escuchar esas risas, subir a tus hombros a todos esos niños, correr y sudar hasta pensar que ya no queda una gota de agua más en ti… Ojalá pudierais levantaros todas las mañanas, mirar el horizonte y decir: “Dios existe. Dios está ahí. Siempre ha estado ahí”.
Son muchas las historias que puedo contar. Todas ellas llenas de personas que solo saben mirar con ojos de asombro el mundo que les rodea. Personas que te abrazan sin dudarlo, aun a pesar de que estés empapado de sudar. Niños que no paran de correr, trepar árboles o bailar budots, ese baile que tanto les gusta y que es inevitable que se contagie haciendo que tu cuerpo se mueva al ritmo de sus palmas y sus voces. Juegos que te hacen reír. Palabras que no puedes pronunciar y las risas que suponen para ellos el que no lo puedas hacer.
Puede que sean bajos de estatura, pero tienen un corazón que no les cabe en el pecho. Siempre te preguntan si estás bien, si necesitas algo. No dudan en ofrecerte todo lo que tienen aunque no tengan nada. Y es curioso ¿no? Estamos acostumbrados a tener mil cosas (móvil, tablet, televisión, internet vayas donde vayas, ropa para vestir a un ejército, coches y un sinfín de etcéteras), pero siempre necesitamos más. Ellos, sin embargo, tienen lo justo y necesario y no necesitan nada más. ¿Te imaginas jugar a un juego de balón sin balón? Allí si no había balón, pateábamos unas chanclas. ¿Te imaginas desayunar, almorzar y cenar arroz y pescado todos los días? Allí es motivo para dar las gracias porque hay alimentos para comer. ¿Te imaginas tener que ir al colegio desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde? Allí estaban deseando ir a clase y aprender.
Han sido días muy intensos en los que no hemos parado de vivir. Hemos estado incluso sin móvil ni internet durante toda nuestra estancia en la isla. Y sí, hemos sobrevivido. Es más, hemos tenido la oportunidad de mirar el mundo que nos rodea y aprovechar el tiempo que teníamos. ¿Curioso esto del tiempo, no? Cómo nos agobia, nos estresa. “Nunca tengo tiempo para nada” – decimos. “No me puedo tomar un café contigo hoy porque tengo examen mañana; no puedo tengo tiempo para hacer deporte, no puedo ir a misa porque mañana tengo que entregar un trabajo de la universidad”. Pero siempre tenemos tiempo para mirar nuestras redes sociales y perder horas y horas en ellas. Vamos en el autobús y estamos mirando el móvil. Nos sentamos a tomar un café con nuestros amigos y no los miramos a la cara porque nuestros ojos están fijos en una pantalla. Nos tumbamos en la cama y nos vemos los 10 capítulos de esa temporada que tanto nos gusta, pero nunca tenemos tiempo para rezar. Nunca tenemos tiempo…
La pregunta que rondaba nuestras cabezas durante esos días era: “¿Qué es lo que nos sobra? ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta de que lo tenemos todo y que no necesitamos nada más?” Es en la mirada de estas personas donde nos hemos encontrado cara a cara con Dios. Es en sus risas donde lo hemos escuchado. Es en esos abrazos donde hemos tocado a Dios. Nos han enseñado a vivir.
Es inevitable transformar esta crónica, en una acción de gracias, en una alabanza a Dios. Solo Tú, Padre, eres capaz de crear un mundo lleno de tanta luz. Un mundo con esos mares que surcar, niños con los que jugar, reír y sudar. Gracias por abrirnos los ojos, gracias por tocar nuestros corazones una vez más. La venda que antes nos cegaba, el ruido que antes nos impedía escucharte, ya no están ahí. Ahora te vemos, más cerca y más real que nunca. Podemos tocarte, mirarte, escucharte, sentirte y creerte.
El mundo sigue igual. Somos nosotros los que hemos cambiado. Danos fuerza para seguir siendo sal y luz en este mundo que tanto lo necesita. Danos valor para levantarnos una vez más cuándo nos caigamos. Danos la constancia necesaria para tender la mano a quien lo necesite, escuchar al incomprendido, abrazar al necesitado. Danos el coraje para vivir esa vida que muy pocos están dispuestos a vivir. Una vida que implica abandonarlo todo para seguirte. Una vida que transforma nuestros corazones y, por ende, el de los que están a nuestro alrededor. Una vida que sea decirte sí todos los días, porque cuando no te negamos, cuando no te damos la espalda, estamos atentos a lo que quieres de nosotros y te hacemos caso, la vida cobra el sentido que tanto ansiamos conseguir. Alcanzamos una felicidad que por la que siempre estamos luchamos.
Es posible que, después de estas palabras, no tengas idea de lo que hemos hecho, de anécdotas concretas. Lo único que puedo decirte es que Dios existe. Que está ahí. Esperando a que le abras tu corazón. Él te enseñará a vivir. Él dará sentido a tu vida en todo lo que hagas si le dejas. Aprende a mirar el mundo a través de sus ojos y verás la belleza de la que estamos rodeados, la oportunidad que tenemos cada día y lo que merece la pena ser cristiano.
Víctor Molinero
Voluntario de ARCORES