René González, ARCORES Brasil
Todos los días recorro el mismo camino paseando por la acera de un barrio muy conocido de Río de Janeiro. La calle está llena de indigentes envueltos en sus mantas desde muy temprano. ¡Quién lo diría! Un barrio de tiendas modernas, restaurantes, bancos y centros comerciales.
A veces me pregunto, ¿me he acostumbrado ya a esta realidad? ¿Mi corazón se ha enfriado? ¿Tengo miedo de complicarme la vida abriendo los ojos? La respuesta es que en realidad tengo miedo de mí mismo y de acercarme a esas situaciones que me interpelan en el ámbito interior y que me obligaría a hacer algo.
Culpa
Un día decidí hacer esa foto que puedes ver. Es el mismo indigente tumbado y desnudo en un lado de la calle. A nuestros ojos, normalmente, les gusta ver cosas más agradables y no estamos preparados para ver la miseria y la tragedia que habita en medio de nosotros. A partir de ahí, nuestra mente comienza a crear pensamientos como: es un indigente, un borracho; si está en la calle así, tal vez tenga algún problema con las drogas; debe haber hecho algo mal… Al final, todo se resume en una palabra: culpa.
Hoy, en la sociedad, la desconexión es muy común, a pesar de que todos tenemos teléfonos móviles. Me atrevo a decir que es una pandemia sin vacuna. De esa desconexión, viene una necesidad de justificación. Con el fin de mantener esa desconexión, paseamos al lado de ese indigente como si no hubiéramos visto nada. Inclusom cruzamos al otro lado de la calle y miramos en nuestro teléfono móvil otro tipo de imágenes o noticias. Para ser honestos, podemos decir que tenemos miedo de los extraños y de las “personas sin techo”, de la calle. Y así, con todos nuestros miedos, los “sin techo” se vuelven invisibles.
Compasión
Curiosamente, no fui yo quien se acercó para ofrecer ayuda a ese indigente. La mano que tocó a esa persona, para preguntar si estaba bien, era la mano de otro indigente. Un hombre sin recursos fue el único que poseía la compasión y la ausencia de indiferencia para llamar a los servicios de emergencia. Podríamos decir que la indiferencia puede ser ignorancia, juicio, autoprotección o hasta desdén, pero nuestra indiferencia colectiva fue expuesta en relación a ese indigente de la calle como una falta de caridad y sensibilidad.
Es difícil contar estas historias como esta, porque a menudo buscamos el camino más fácil y cómodo. Nos permitimos voluntariamente desconectar nuestros ojos y corazones para seguir caminando y esconder nuestros miedos. Al final, esas actitudes son un reflejo de nuestra vida interior.
Educar el corazón
Sería necesario educar nuestros ojos y corazones para no estar alejados de la realidad y de las personas que están presentes en nuestras aceras. Para ARCORES, es muy importante esa educación de nuestra mirada y actuar para hacer que la caridad sea fruto de la coherencia evangélica.
Por eso, la espiritualidad y el carisma agustino -ecoleto debe ser el motor que mueve nuestro crecimiento. se trata de formar personas que tengan actitudes evangélicas, capaces de cambiar el mundo como cristianos. “No esperen a que sean otros los que lo hagan” (Papa Francisco).