Tomás Arbizu Echavarri es un religioso agustino-recoleto español. Tras 44 años en Panamá, ahora es párroco de Nuestra Señora de la Consolación, en Madrid.
Como preparación para el Domund (Domingo de las Misiones), Tomás nos cuenta su testimonio:
Vocación temprana
“Desde niño me atraía la idea de ser misionero. En el seminario se fue materializando esta misión, al conocer lo que hacían nuestros frailes recoletos a lo largo del mundo, sobre todo en Filipinas, China y Colombia.
En el teologado formé parte de la Academia Misional, donde varios de los compañeros buscábamos noticias acerca de las misiones de nuestra Iglesia Católica y sobre todo de nuestra Orden, nos encargábamos de la celebración de las fiestas misioneras y nos íbamos preparando para cuando nos enviaran a misiones.
Al finalizar los estudios nos preguntaron qué queríamos hacer y yo me ofrecí para ir a misiones. Se conoce que no estaba preparado para la tarea y los superiores me mandaron a las casas de formación, con niños y jóvenes.
De España a Panamá
En el año 1975, por fin, me destinaron a la Misión de Bocas del Toro, y concretamente a Kankintú: No había salido nunca de España, no había visto nunca a un indígena americano, no tenía conocimientos acerca de lo que la vocación misionera suponía y exigía.
Pero acepté encantado y me fui lleno de ilusión. Mi familia, muy cristiana, estaba orgullosa de mi vocación, religiosa y misionera, y me acompañaba en espíritu siempre.
Durante 44 años estuve en Kankintú. Luego pasé dos años en Changuinola, también Prelatura de Bocas del Toro y, a mediados de 2021, fui a Panamá, al colegio san Agustín, como administrador del colegio y vicario parroquial de nuestra parroquia San Lucas. Este año 2023 he regresado a España.
Años especiales
Los años en la Misión indígena ngäbe de Kankintú fueron especiales para mí. Partía de cero en cuanto a la pastoral indígena, por lo que me costó mucho, ya que tenía que empezar en un apostolado tan específico: me encontraba en un ambiente sumamente lluvioso, inaccesible por tierra, con lengua y cultura diferente, necesitado de educación, salud y evangelización.
Por eso, cuando llegué a la zona en cayuco, me sorprendió el silencio de la noche y su oscuridad, y la pobreza de la gente cuando amaneció.
Pero también, personalmente, me cuestionó mi pobreza a la hora de tratar a las personas por el desconocimiento de su lengua, sus pies siempre descalzos, el estoicismo de recibir los grandes chaparrones a cuerpo descubierto y las ganas de aprender de los niños en la escuela y de los mayores en la cuestión religiosa.
Hermanos forasteros
En esta zona, los extraños, los no indios, en principio son sospechosos y, por tanto, se mantienen a distancia. Pero si esos forasteros venían de parte de la Iglesia, todo estaba bien y los consideraban hermanos. Incluso las familias de los misioneros, cuando venían de visita, eran admitidos con todo cariño.
Construimos la escuela, dirigida por las monjas de la Madre Laura Montoya. Teníamos un dispensario médico, con una religiosa al frente y un intérprete indígena a su lado.
Los sacerdotes celebraban diariamente la misa en español y visitaban las comunidades con distintas frecuencias, dependiendo de la lejanía y las inclemencias del tiempo.
Líderes indígenas
Queríamos que la evangelización fuera inculturada e integral. Para ello, se formaron en las comunidades que visitábamos uno o dos líderes en cada una, con un programa de formación religiosa y responsabilidad en las fases de la vida: ritos de iniciación, pubertad, familia, enfermedad y muerte.
Movidos por nuestra fe cristiana, promovimos la educación y el respeto de la mujer y proyectos de desarrollo en un área sumamente abandonada por los gobiernos.
Inculturación
Los religiosos tuvimos que aprender la lengua, traducir los textos litúrgicos y canciones, recoger en libros las historias y mitos ancestrales y aceptar sus ritos en las celebraciones y el papel de los “katekistas-traductores”, como parte integral de la explicación de la Palabra.
Realizábamos convivencias de varios días, con alojamiento y comida, cada dos meses, para trabajar en la formación de estas personas voluntarias. Así, la evangelización podía llegar a los lugares más alejados impartida en su lengua, a su ritmo y por su misma gente.
Veinte comunidades de cultura ngäbe y otras tantas de cultura bugle celebraban la Eucaristía todos los domingos. Los enfermos tenían quien los visitara y los muertos contaban con las oraciones y despedida de los hermanos católicos.
Hospital y escuela
Cuando yo llegué, sólo teníamos una capilla en Kankintú, con techo de paja. Cuando salí, había más de cuarenta capillas.
El primer dispensario se convirtió en hospital materno-infantil y en muchas de las comunidades se formaron centros de salud con personal indígena.
La escuelita primera de 200 niños se ha transformado en un hermoso colegio construido por la Misión con los jóvenes indígenas. Cuenta con 1.400 alumnos y las secciones de maternal, primaria, secundaria y nocturna.
Además, en las instalaciones del colegio funciona la Universidad Nacional de Panamá, con más de 500 alumnos, siendo más numerosas las mujeres que los varones.
También realizamos incontables proyectos de desarrollo: construcción de casas rústicas con materiales duraderos, servicios higiénicos, puentes de madera o cemento en los caminos, saneamiento de veredas, llevar el agua potable a las comunidades, repoblación y cuidado del bosque, limpieza de los ríos, cultivos y granjas de ganado y aves. La obra mayor que se acometió es la carretera de acceso, donde se han construido ya más de 30 kilómetros.
Derecho a la tierra
Como parte de la evangelización y la inculturación, hemos luchado durante muchos años por el reconocimiento de los derechos indígenas a sus tierras. Finalmente, se consiguió que el presidente de la República firmara la llamada Ley 10.
Desde entonces, el indígena no se queja de que es pobre, aunque lo sea, sino que todos están orgullosos de tener una hermosa tierra, con muchos recursos propios y con una legislación autónoma de la misma.
Todas estas cosas, y muchas más, han sido la consecuencia de la Evangelización que los religiosos Agustinos Recoletos han llevado a cabo por muchos años y en condiciones precarias.
ARCORES y el desarrollo social
ARCORES, antes Haren Alde, ha sido muy importante en el aspecto de desarrollo social. Ha llevado a cabo proyectos, como la construcción del colegio San Agustín de Kankintú, becas para niños y jóvenes indígenas, trabajo cooperativo de las mujeres en las artesanías o la mejora en la formación de los líderes y educadores indígenas del área.
Además, ha apoyado a los misioneros y la formación de los “katekistas”, ha participado en encuentros de pastoral indígena y ha publicado los libros bilingües de historias y mitos ngäbes. Algunos voluntarios han viajado a Panamá para participar con los indígenas en distintos proyectos de construcción y de formación. Es decir, ha sido muy fecunda la relación ARCORES – Misión de Kankintú.