Son jóvenes misioneros filipinos, que comenzaron a trabajar como misioneros después de su ordenación y de sus votos solemnes. Se enfrentaron a los conflictos armados, al temido virus del ébola y a la «habitual» enfermedad del paludismo. Todos sobrevivieron.
Están trabajando en las ciudades de Kamabai y Kamalo. Sellados con el compromiso de transformación espiritual y social, los misioneros filipinos se embarcaron en un programa educativo «Una escuela, una familia, un corazón», construyendo escuelas primarias, secundarias y vocacionales para los jóvenes africanos, contratando maestros locales; el año pasado se inauguró la Escuela San Pablo de Kamalo, que atiende a todos los niveles, desde preescolar hasta secundaria. Este año, con el apoyo de ARCORES, los religiosos están terminando la primera construcción de una escuela de ladrillos en Sierra Leona.
Se trata de una estructura resistente al clima que se adapta al entorno local del país. «La educación realmente trae consigo el desarrollo integral y la transformación integral entre nuestros hermanos y hermanas en África, dando impacto en sus vidas», dice el agustino recoleto Dennis Castillo, coordinador de la misión y gerente del proyecto de la escuela. Su presencia y compromiso evocan un servicio bien intencionado a la comunidad, formada por cristianos y musulmanes.
Este mismo mes, la comunidad ha puesto en marcha el proyecto «El agua es vida» en Kamabai, que proporciona una respuesta sostenible y suficiente a la falta de agua y saneamiento en la comunidad. «Tenemos la esperanza de proporcionar más instalaciones para beber a la gente», afirma el agustino recoleto Jonathan Jamero, que ha vivido con los locales durante más de diez años.
Estos valientes jóvenes son filipinos, que asumen el reto de responder a la llamada de llevar la relevancia del servicio cristiano sin fronteras.